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lunes, 11 de octubre de 2010

Leer en compañía también es signo de amor

Por. César Augusto Cano Corrales


Cuando se es niño se expresa sin prejuicios lo que se siente y esto a mi parecer es la mayor cualidad de la infancia. Ser lo que somos y pensar sin temor a que nos juzguen es un acto difícil, un reto angustiante en la experiencia de la adolescencia que pareciera ese periodo cruel en el que se ha de matar u ocultar al niño que nos habita. ¿Qué pensaría de nosotros el niño que fuimos? Dejamos la adolescencia y nos volvemos adultos al llevar la sonrisa inversa. La seriedad, la tristeza, un peso de dolor que no recordamos de donde lo sacamos y sin embargo me queda la sospecha de que al querer aislar a nuestra infantil representación nos estamos ganando esa marca dura en la cara que tantas veces es la causa de identificar quien es adulto o no.

Yo prefiero seguir siendo niño aun el día en que deba apagar las cien velas de mi edad venidera. Puede que neguemos la sencillez de las cosas bellas por temor a ser juzgados de románticos o cursis; pero somos humanos y al serlo tenemos una serie de características que nos apropian y que no podemos dejar a un lado como la experiencia de lo estético, lo que es frágil a conmovernos. Expresar los sentimientos de amor y no solo los de odio debería ser nuestro ideal, ya que somos una especie tan quebrantable a la soledad. No somos nada sin alguien que nos determine y si no hay nadie, somos soledad.

Escribo estas palabras e intento con esto hacer una reflexión sobre la importancia de leer en compañía, o al menos de que nos lean; no porque escribamos, sino porque hay un sin fin de libros que ignoramos, e incluso habrá quien no conozca un texto impreso. Por eso voy haciendo énfasis en la colectividad, en la experiencia de amar que no es nada distinto a decir:- me importas. Y por que alguien me importa quiero entregarle, compartirle un placer que me apropia, una felicidad hallada en el arte y en la lectura (en particular), por que no solo en este instante del cosmos existe una única posibilidad de lectura; también podemos leer el acto de la naturaleza y en ésta nosotros mismos como expresión de la sensibilidad. Se lee el movimiento del universo y del planeta; Se lee la vida y toda representación de ella; se lee a las personas y también el espacio tiempo; leemos desde que nacemos porque el mundo al que llegamos es un misterio que nos produce un gran interés, una inquietud que son preguntas y la lectura una calma a tanta incertidumbre e ignorancia. Leer es enfrentarse con lo desconocido, descifrar el mundo y también sirve como un instrumento de paz, de convivencia, de amor. El libro es un vínculo que perdura en el recuerdo de los gratos momentos y de las grandes amistades.

Cuando leemos nos apropiamos de lo existente y todo eso que existe nos apropia, porque nos importa y hacemos la entrega de lo que somos. Si leemos con alguien, somos la ofrenda a la maravilla de la sorpresa que va siendo tan palpable al pasar del punto y coma al punto final que delimita cada uno de los párrafos que son también medida de nuestra existencia como lector de un ejemplar que nos había sido destinado. Los libros son ofrecidos, el lector es ofrecido, el oyente-lector es ofrecido. Un cuento, un poema, un aparte de novela en voz alta es un regalo que va acompañado de amor y en todo esto el compartir. Hay, en definitiva, una entrega absoluta cuando llevamos el texto escrito a otro ser humano.


Pero; ¿Cómo poder acariciar el mundo si nadie nos ayuda a conocerlo? ¿Por qué tanta soledad en la gente? ¿Tanta dureza? A todos nos gusta que nos lean, aunque a muchos les de miedo volver a la cara infantil que rechazaron en su momento. ¿Te atreverías a comprobarlo? has la prueba, es fácil. Seguro ahora, cerca de ti, hay o habrá alguien. Puede que conozcas a ese alguien o puede que no; no importa. ¡Léele!, así no más, o si quieres pregúntale, pídele permiso, seguro no se negará a que le compartas eso que te gustó de un libro… ¿prefieres que te lean? ¡Entonces dile que te lea! Por más cruda o dura que sea la persona en apariencia, alguna expresión amable relucirá en su rostro cuando le entregues aquella versión del universo que encierran las páginas escritas. Leerás, leerá y no será el adulto triste el que estará en contacto con las letras, se asomará por fin el niño que ha estado oculto; resurgirá la fantasía propia de la infancia… esa que en su momento fue causa del reclamo, la exigencia de la compañía de los seres que de niños nos transmitían la seguridad para enfrentar lo extraño y lo maravilloso.

¡Si recordáramos como nos gustaban las historias que los mayores nos contaban de niños! Y muchos no olvidamos la cercanía de todos esos momentos. Así fuera para enseñarnos, asustarnos o embromarnos, ese era el instante sagrado en donde el adulto nombraba nuestra existencia y donde se podía compartir. Era el tiempo en que mamá, papá o hermanito tenían reservado para contarnos de que estaba hecho el mundo y de qué se componía el corazón de las personas. Fueron momentos que dejaron la huella de cuanto amor nos dieron. Porque amor y lectura se conjugan en el encuentro con el otro y es por eso que es importante que los padres separen un espacio para leerles a sus hijos, que los guíen a través de preguntas y respuestas por los gratos caminos del saber, por los parajes imaginarios y así, entre ambos, disfrutar de la compañía del otro; transmitir la herencia o costumbre de saber ser familia humana o sombra calida e inseparable de cada una de las generaciones venideras. Somos los que fueron, y serán lo que ahora somos, porque es el ejemplo lo que aprendemos y dejamos y es por eso que debemos tomar los libros como el elemento por el cual transmitiremos el legado de la convivencia, el amor y la unidad y es responsabilidad de cada actualidad el devenir en unión de los demás colectivos sociales.

Probemos a llenar creer una vez más en el amor e incluso invitemos al libro a ser cómplice del amor intimo de las parejas, estas que en cierta medida dan fe de que aun llevamos un niño adentro y es por eso que esto que escribo sirva de invitación a que cada uno de nosotros, que tenemos humanidad, podamos tener a alguien en la vida para leerle. Que importa que solo sea un libro o nada más que una persona. Lo que importa en este ejercicio es la entrega que va cargada de sentimientos innombrables que hablan en la calidez del compromiso, del amor con que sea haga el regalo. Léele a alguien y pide que te lean. Leámosle a cualquier persona en las calles o en el mundo y detengamos la tristeza de los infelices a quienes nunca nadie libro alguno fue leído. ***

Escrito Por:
César Augusto Cano Corrales
Tambien publicado en:
Periódico comunitario de la comuna 8 de Medellin  "VISION 8". Año 5. Edicion 26 - Agosto de 2010.
http://comuna8.org/spip/IMG/pdf/Edicion26.pdf
http://comuna8.org/spip/spip.php?article141

1 comentario:

Unknown dijo...

Que reconfortante! Palabras fulgurantes para mis oidos.

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