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martes, 12 de octubre de 2010

lunes, 11 de octubre de 2010

Leer en compañía también es signo de amor

Por. César Augusto Cano Corrales


Cuando se es niño se expresa sin prejuicios lo que se siente y esto a mi parecer es la mayor cualidad de la infancia. Ser lo que somos y pensar sin temor a que nos juzguen es un acto difícil, un reto angustiante en la experiencia de la adolescencia que pareciera ese periodo cruel en el que se ha de matar u ocultar al niño que nos habita. ¿Qué pensaría de nosotros el niño que fuimos? Dejamos la adolescencia y nos volvemos adultos al llevar la sonrisa inversa. La seriedad, la tristeza, un peso de dolor que no recordamos de donde lo sacamos y sin embargo me queda la sospecha de que al querer aislar a nuestra infantil representación nos estamos ganando esa marca dura en la cara que tantas veces es la causa de identificar quien es adulto o no.

Yo prefiero seguir siendo niño aun el día en que deba apagar las cien velas de mi edad venidera. Puede que neguemos la sencillez de las cosas bellas por temor a ser juzgados de románticos o cursis; pero somos humanos y al serlo tenemos una serie de características que nos apropian y que no podemos dejar a un lado como la experiencia de lo estético, lo que es frágil a conmovernos. Expresar los sentimientos de amor y no solo los de odio debería ser nuestro ideal, ya que somos una especie tan quebrantable a la soledad. No somos nada sin alguien que nos determine y si no hay nadie, somos soledad.

Escribo estas palabras e intento con esto hacer una reflexión sobre la importancia de leer en compañía, o al menos de que nos lean; no porque escribamos, sino porque hay un sin fin de libros que ignoramos, e incluso habrá quien no conozca un texto impreso. Por eso voy haciendo énfasis en la colectividad, en la experiencia de amar que no es nada distinto a decir:- me importas. Y por que alguien me importa quiero entregarle, compartirle un placer que me apropia, una felicidad hallada en el arte y en la lectura (en particular), por que no solo en este instante del cosmos existe una única posibilidad de lectura; también podemos leer el acto de la naturaleza y en ésta nosotros mismos como expresión de la sensibilidad. Se lee el movimiento del universo y del planeta; Se lee la vida y toda representación de ella; se lee a las personas y también el espacio tiempo; leemos desde que nacemos porque el mundo al que llegamos es un misterio que nos produce un gran interés, una inquietud que son preguntas y la lectura una calma a tanta incertidumbre e ignorancia. Leer es enfrentarse con lo desconocido, descifrar el mundo y también sirve como un instrumento de paz, de convivencia, de amor. El libro es un vínculo que perdura en el recuerdo de los gratos momentos y de las grandes amistades.

Cuando leemos nos apropiamos de lo existente y todo eso que existe nos apropia, porque nos importa y hacemos la entrega de lo que somos. Si leemos con alguien, somos la ofrenda a la maravilla de la sorpresa que va siendo tan palpable al pasar del punto y coma al punto final que delimita cada uno de los párrafos que son también medida de nuestra existencia como lector de un ejemplar que nos había sido destinado. Los libros son ofrecidos, el lector es ofrecido, el oyente-lector es ofrecido. Un cuento, un poema, un aparte de novela en voz alta es un regalo que va acompañado de amor y en todo esto el compartir. Hay, en definitiva, una entrega absoluta cuando llevamos el texto escrito a otro ser humano.


Pero; ¿Cómo poder acariciar el mundo si nadie nos ayuda a conocerlo? ¿Por qué tanta soledad en la gente? ¿Tanta dureza? A todos nos gusta que nos lean, aunque a muchos les de miedo volver a la cara infantil que rechazaron en su momento. ¿Te atreverías a comprobarlo? has la prueba, es fácil. Seguro ahora, cerca de ti, hay o habrá alguien. Puede que conozcas a ese alguien o puede que no; no importa. ¡Léele!, así no más, o si quieres pregúntale, pídele permiso, seguro no se negará a que le compartas eso que te gustó de un libro… ¿prefieres que te lean? ¡Entonces dile que te lea! Por más cruda o dura que sea la persona en apariencia, alguna expresión amable relucirá en su rostro cuando le entregues aquella versión del universo que encierran las páginas escritas. Leerás, leerá y no será el adulto triste el que estará en contacto con las letras, se asomará por fin el niño que ha estado oculto; resurgirá la fantasía propia de la infancia… esa que en su momento fue causa del reclamo, la exigencia de la compañía de los seres que de niños nos transmitían la seguridad para enfrentar lo extraño y lo maravilloso.

¡Si recordáramos como nos gustaban las historias que los mayores nos contaban de niños! Y muchos no olvidamos la cercanía de todos esos momentos. Así fuera para enseñarnos, asustarnos o embromarnos, ese era el instante sagrado en donde el adulto nombraba nuestra existencia y donde se podía compartir. Era el tiempo en que mamá, papá o hermanito tenían reservado para contarnos de que estaba hecho el mundo y de qué se componía el corazón de las personas. Fueron momentos que dejaron la huella de cuanto amor nos dieron. Porque amor y lectura se conjugan en el encuentro con el otro y es por eso que es importante que los padres separen un espacio para leerles a sus hijos, que los guíen a través de preguntas y respuestas por los gratos caminos del saber, por los parajes imaginarios y así, entre ambos, disfrutar de la compañía del otro; transmitir la herencia o costumbre de saber ser familia humana o sombra calida e inseparable de cada una de las generaciones venideras. Somos los que fueron, y serán lo que ahora somos, porque es el ejemplo lo que aprendemos y dejamos y es por eso que debemos tomar los libros como el elemento por el cual transmitiremos el legado de la convivencia, el amor y la unidad y es responsabilidad de cada actualidad el devenir en unión de los demás colectivos sociales.

Probemos a llenar creer una vez más en el amor e incluso invitemos al libro a ser cómplice del amor intimo de las parejas, estas que en cierta medida dan fe de que aun llevamos un niño adentro y es por eso que esto que escribo sirva de invitación a que cada uno de nosotros, que tenemos humanidad, podamos tener a alguien en la vida para leerle. Que importa que solo sea un libro o nada más que una persona. Lo que importa en este ejercicio es la entrega que va cargada de sentimientos innombrables que hablan en la calidez del compromiso, del amor con que sea haga el regalo. Léele a alguien y pide que te lean. Leámosle a cualquier persona en las calles o en el mundo y detengamos la tristeza de los infelices a quienes nunca nadie libro alguno fue leído. ***

Escrito Por:
César Augusto Cano Corrales
Tambien publicado en:
Periódico comunitario de la comuna 8 de Medellin  "VISION 8". Año 5. Edicion 26 - Agosto de 2010.
http://comuna8.org/spip/IMG/pdf/Edicion26.pdf
http://comuna8.org/spip/spip.php?article141

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cuando llueve, no se lee.


Por César Augusto Cano Corrales.

Si bien un libro es capaz de encerrar en sus paginas a lectores y a oyentes, los ambientes en los lugares del mundo no siempre son los propicios para que exista la lejanía de la realidad que busca la conquista de universos imaginarios que trascienden, que tranquilizan o exasperan; las paginas sin embargo, siempre serán sitios recónditos donde el alma es seducida por la riqueza de las palabras que guardan toda la elasticidad de las emociones, de los sentimientos y el reflejo de lo que vivencia el ser humano tras la lectura y se vislumbra en la expresión del rostro y la mirada que hace juego con la boca.

Unas palabras en la noche, para dormir, regocijan.

Un poema en compañía, es una caricia.

Un libro y su lectura, mientras por fuera llueve...

Los contextos en que se lee son tan cambiantes que muchas veces nos vemos impedidos en llevar a buen término nuestros objetivos de fomentar la lectura. A veces los días son soleados y las noches están enmarcadas por la luna y como el clima no es predecible, aparece la lluvia. ¿Quién pudiera leer, debajo la luz del sol sin ninguna sombra para refrescar la mirada? De niño siempre nos advirtieron, -o al menos a mi me lo recalcaron siempre- de lo peligroso que es leer mientras el sol da en la cara o en el encierro de un cuarto sin luz.

Programamos actividades, buscamos los modos y las maneras en estrategias y en horas propicias; pero que tan difícil es planear la tonalidad del cielo, la fragilidad o pesadez del viento; la alegría o la tristeza en los niños; el desconsuelo o esperanza en los jóvenes; la energía en los adultos.

Los cielos nublados y derretidos, cuando la lluvia lleva la melancolía de caer sin furia, es agradable a la cercanía y los libros sirven de compañía o de paraguas; pero cuando los rayos y los truenos denotan tempestad, el miedo en las personas es grande. Nace la intranquilidad y si hay techo y si se está con la certeza de la protección en cuatro paredes, de todos modos siempre vendrá a la mente pensamientos que oscurecen los ánimos, recuerdos o fantasías que atrae el frío, porque sabemos que está lloviendo.

Como promotores de lectura que somos, sentimos el deber que nos trae nuestro oficio de promover el gusto verdadero por la lectura; también somos responsables con nuestro trabajo; pero con el deber o la responsabilidad no estamos obligados a forzar los procesos, ni mucho menos de rellenar los espacios de los cronogramas con aspereza, cumplir con desgano y lo que es peor aun, pensar primero en las estadísticas del mes y la suma de meses para la organización de planes operativos que conllevan al siguiente año.

Para los que hemos desarrollado proyectos sociales o actividades de fomento a la lectura en zonas con vulnerabilidad socioeconómica, como son las comunas o las zonas rurales, sabemos varias cosas:

La primera es la dificultad que implica el querer llevar la lectura a lugares donde nunca se ha leído y donde los intereses de la población son tan dispersos y alejados a los medios artísticos y culturales, convertidos a la vez en tabú o catalogados en acciones deplorables en contraste a los demás intereses que estas comunidades heredan y transmiten en lo cotidiano como lo son: pertenecer a un grupo social regido por los parámetros de la moda; trabajar sin aspirar a estudios profesionales, ser esposas o madres sin ninguna otra pretensión y entre otras actividades incluyendo la delincuencia o la total vagancia.

La segunda es el olvido social y la indiferencia de la gente, de las instituciones gubernamentales y por ende, de los gobiernos en las ciudades y del país que invierten en excelentes proyectos, valiosos e importantes en ciudades en vía de desarrollo; pero lastimosamente la mayor parte de los dineros de una republica son distribuidos solo a estas ciudades que son referentes del país y muy poco del presupuesto va destinado a regiones donde las carreteras todavía son destapadas, donde todavía son escasos los servicios públicos; etc. Para no ser extremista, admito que estos presupuestos también se destinan a otros lugares menos concurridos por el turismo; sin embargo, la inversión no deja de ser minima en comparación y la pesadilla de cada año es la sospecha del recorte de fondos y muchos procesos de cultura, educación, salud y desarrollo se ven interrumpidos en su mejor momento, cuando se estaba logrando avances productivos en los pocos proyectos sociales de estas zonas que están al punto del olvido. Cuando hay recorte de presupuesto en la financiación de proyectos sociales se ocasiona en las personas un desinterés total hacia los temas relacionados con la lectura, el arte y demás expresiones humanas. La educación deja de ser una alternativa y los jóvenes buscan las armas, al menos, para subsistir por un tiempo u ocupar un papel en la sociedad.

La tercera es que el estado de las viviendas a veces no llega siquiera a contar con techo de latón, sino que estos pueden ser retazos de cartón y no exagero. Los tugurios establecidos en laderas, en los filos de las montañas no cuentan con los servicios públicos elementales como son la electricidad, agua potable, alcantarillado y en general están muy cerca de cañadas, quebradas y estas, a la vez, están contaminadas con cuanto objeto sólido en potencia de taponar el flujo de las aguas. La pobreza se conjuga con los ideales perdidos que estas familias pierden al ser desplazadas de sus viviendas naturales, causa de la violencia en países latinoamericanos como Colombia. Los niños difícilmente van a la escuela y si van, son victimas del acoso social o recriminados por otros niños qué, paradójicamente, viven en el mismo barrio, pero que no llegan a la escuela con los pies amarillos por el lodo.

Realmente las condiciones familiares, sociales, económicas son un impedimento cuando estas son deplorables. Entonces se inician procesos en las instituciones educativas, en los hogares comunitarios, jardines, preescolares y en la biblioteca, (menciono esta desde el singular, pues difícilmente estos barrios se dan el lujo de tener dos o, al menos, una biblioteca). La lectura se moviliza y también se encuentra en los anaqueles, en las esquinas, las canchas de futbol, debajo de un árbol; etc. Existimos los promotores de lectura para orientar las lecturas y nunca para convertir las páginas en guillotinas u obligación en honor a las estadísticas. Leemos y nacen lectores. Invadimos salones de clase y las sonrisas, los gritos, los saltos, las preguntas muestran el hallazgo de la esperanza que la lectura nos brinda; florecen las flores, brilla el sol; pero este sol es variable y los bellos días solo llegan por temporada.

Cuando llueve y los niños están lejos de sus familias, el temor crece; los llantos se convierten en un lamento que reclama el estado de sus seres queridos, pues la lluvia en estos lugares se convierte en el indicio verídico de una catástrofe amenazada por continuos deslizamientos de tierra en las laderas y por eso la sospecha de la destrucción de los tugurios, muchas veces termina con la vida de muchas personas, incluso de familias enteras.

Por todo lo anterior, lo que resta por decir es que: según sean las circunstancias a las que nos veamos enfrentados; pero sobre todo a las que se enfrentan las personas en su día a día, nunca forcemos el gusto por la lectura, no convirtamos los encantadores cuentos en huellas que recuerden las estancias del llanto, pues aunque muchos crean e intenten enmascarar la crudeza de un invierno o tempestad, en verdad que nadie puede combatir con las frías realidades y la lectura programada para ese rato, es mejor dejarla para después; porque llorar también es necesario y desahoga el malestar que se siente cuando en la mente y en la imaginación no se ve otra cosa distinta al desconsuelo que ocasiona creer que la lluvia se llevará por los caños, el bienestar que continuamente se intente mantener.||

Por César Augusto Cano Corrales.
Publicado tambien en:
Periódico comunitario de la comuna 8 de Medellin. "VISION 8" Año 4. Edicion Especial 2009.